Concluida la fortificación de la ciudad, ordenó el conde nuestro señor que las puertas se cerraran y solo se abrieran a quienes pagaren el portazgo, y estableció gabelas sobre la sal y sisas sobre la carne, el grano y el vino, de forma que no hubo persona, animal o cosa que no devengase tributos o alcabalas al atravesarlas. Y ocurrió que, al ver que se acercaban las huestes enemigas, asesinamos a los centinelas del postigo del Carbón para dejarles el paso franco. Los enemigos clavaron en una pica la cabeza del conde, vaciaron las alhóndigas y violaron a nuestras mujeres. Después, mandaron reforzar las defensas de la ciudad, cerraron las puertas, que solo se abrirían a quienes pagaren el portazgo, y establecieron gabelas sobre la sal y sisas sobre la carne, el grano y el vino.
Ahora cercan nuestra ciudad las tropas de los deudos del conde. En lontananza vemos la polvareda que levantan, al aproximarse, los aliados del enemigo.
Ahora cercan nuestra ciudad las tropas de los deudos del conde. En lontananza vemos la polvareda que levantan, al aproximarse, los aliados del enemigo.
Publicado en El Microrrelatista.